BERISSO, Julio 05.-(BerissoCiudad.com.ar) Todavía lo puede ver. La imagen de él escuchando
En su casa de 28 entre 159 y 160, en Berisso, Viviana González mira las fotos de su hijo Lucas Ovando y no tiene consuelo. Pasaron ya casi tres meses de aquel 11 de abril en el que su hijo murió tras ser atropellado por una camioneta Renault Express en la calle Montevideo. Tres meses desde que Lucas pasó a formar parte de una penosa lista que, en lo que va de este 2009, ya suma 57 víctimas fatales en nuestra región. Todos muertos por el tránsito. Todos casos cuyas cifras esconden el dolor y el desconsuelo de cientos de familias. Y por supuesto: su impotencia infinita.
"El que lo atropelló es un asesino -lanza Viviana, rodeada de las fotos y los trofeos que su hijo fue ganando en las infantiles de Villa San Carlos-. Todavía la justicia no me dio ninguna respuesta pero todos queremos lo mismo: que ese asesino pague por lo que hizo. Lucas era querido por todo el mundo. Era un pibe humilde. Lo querían las maestras, sus amigos de la escuela y los compañeritos de fútbol. Todos pedimos justicia. Su hermanita menor, Brenda, tiene apenas tres años pero ya deletrea la palabra justicia. Por ella voy a seguir pidiendo. Por ella y sus otros hermanos. Y por él, más vale, que lo único que se merece es respeto y que las cosas se paguen".
El mayor de cinco hermanos, Lucas hubiese cumplido 17 años el 21 de mayo pasado. Estaba en segundo año de
En la casa de ahora, la de Viviana y sus cuatro hijos (Florencia, Brian, Nahuel y Brenda) todavía perdura en el aire la presencia de Lucas como si nunca se hubiese ido. Su lugar de la mesa nadie lo ocupa. No pueden. Su historia de vida se sigue contando en tiempo presente y el recuerdo de su compañía se hace dolor en cada foto suya, en los pósters de Renga que adornan su pieza o en todos esos trofeos de fútbol infantil que decoran las paredes del lugar con amor y orgullo de familia. Viviana todavía lo puede ver. Y pide sólo una cosa: justicia. Nada más que justicia.
EL MISMO DOLOR
No se conocen pero no se necesita demasiado para entender que el dolor de Viviana es casi igual al de Carmen Le Favi, una madre que perdió a uno de sus dos hijos el 21 de septiembre de 2002. Su historia también es parecida: a Emilio Gayol, su hijo, lo atropelló una camioneta en el cruce del camino Belgrano y la calle Alvear, en City Bell. Fue de mañana, a plena luz del día, pero ella nunca pudo conseguir un testigo para que cuente bien qué fue lo que ocurrió.
"Se abrió la causa pero nunca se pudo adjuntar a un testigo -cuenta ahora-. La causa se cerró pero lo que sigue abierto es el dolor. Eso no se supera jamás". Cuando murió, Emilio tenía 21 años y estaba en cuarto año de Ingeniería. "Estaba trabajando de lo suyo y tenía un montón de proyectos", recuerda su madre, quien tiempo después del accidente se asoció a la entidad local Amor y Respeto al Prójimo, integrada por familiares de víctimas del tránsito.
"Al principio mi único objetivo era saber qué había pasado -cuenta Carmen-. Pero tres años después del accidente comencé a trabajar activamente y a involucrarme en todas las actividades de la institución. Mi profesión de psicóloga y mi experiencia personal me ayudaron para colaborar. Igual, nunca pude acompañar a ningún padre que haya pasado por lo mismo que yo. Yo estoy a cargo del área docente y mi tarea es concientizar sobre el aspecto humano que debe regir en el tránsito. No acompañé jamás porque para eso, creo, no hay compañía que valga. El dolor es infinito. Y personal, muy personal".
El lema de la asociación donde colabora Carmen es convertir al dolor en acción. Sin embargo, para ella al dolor no se lo transforma, se lo acompaña. "Más que convertir -dice-, en mi caso acompañe al dolor con acción. Por ahí no es más que una cuestión semántica, pero yo creo que ese dolor perdurará por siempre. Pero bueno, uno se puede quedar tirado sin hacer nada. Ahí es cuando hay que accionar. Aunque duela. Aunque cueste. En mi caso, el hecho de involucrarme en esta tarea tal vez sea una forma de repasar algo que en su momento no pude impedir. Y ahora trato de evitar que haya menos historias como la mía y la de mi hijo".
SIN JUSTICIA
Silvina Marcela Durante era abogada, tenía 29 años y el sueño ideal de casarse tras un noviazgo de seis años. Pero el sueño no se pudo cumplir: el 15 de enero de 2002, casi ocho meses antes de que atropellaran al hijo de Carmen, Silvina intentó cruzar la esquina de 12 y 54 en pleno mediodía pero un Fiat Duna gris le robó los sueños a toda velocidad. La llevaron de inmediato al Policlínico San Martín, inconsciente y, según dirían los médicos después, con poco y nada por hacer. A las cuatro horas murió. Hoy, tras poco más de siete años de una tragedia vial que conmovió a
"Una cosa es que te lo cuenten y otra es vivirlo -resume-. El único consuelo que teníamos era que la opinión publica condene a este tipo, porque lo que le hubiese correspondido de pena no tenía sentido, era irrisorio. Pero ni siquiera eso. Todo fue tapado. Por eso si hoy tuviese que dar un consejo a alguien que pasa por lo mismo, lo único que le puedo decir es que no cometa el mismo error que cometimos nosotros de confiar en la justicia".
Postergado una y varias veces por los abogados defensores, la familia Durante creyó durante mucho tiempo que el juicio oral era algo inminente. Se iba a hacer en los tribunales penales de
Según la familia de Silvina, integrada por su hermano Gabriel y los padres Julio y María Felisa, el vehículo que manejaba Tau se desplazaba por la zona de 12 y
Pese al dolor, la angustia y la impotencia, el recuerdo de Silvina sobrevuela a su familia con su sonrisa de siempre. Había terminado la carrera de Derecho en el año 97 y trabajaba como abogada de la aduana de
"Era una laburante tremenda -la recuerda su hermano, tres años menor que ella-. Todos en mi familia la seguimos recordando como una mina bárbara. Por eso no se entiende lo qué pasó. Y mucho menos que nadie desde el Estado haya querido hacer nada para repararlo. Eso no es justo. Nada de lo que pasó tiene justicia".
ANGUSTIA IMPUNE
Más allá de las campañas oficiales, la cantidad de muertes en accidentes de tránsito sigue creciendo. El año pasado el número de muertos volvió a crecer con respecto al 2007, con más de 8200 personas fallecidas en todo el país. Según la organización civil Luchemos por
Según estimaciones oficiales, además, se calcula que el 30% de los conductores de nuestro país huye o intenta huir al instante después de atropellar a alguien. Números al margen, las familias de las víctimas son quienes siguen esperando una respuesta del Estado para endurecer las penas de aquellos conductores que huyen. Miriam Saucedo, mamá de Gustavo Ramírez, muerto al ser atropellado hace poco más de cuatro años en City Bell, todavía espera que
"Tenía veinte años -recuerda Miriam, con la foto de su hijo en la mano-. Lo atropellaron y lo dejaron abandonado. El asesino que iba al volante no tuvo ni siquiera la dignidad de frenar para ver lo que había hecho".
El caso de Gustavo es emblemático: el 31 de marzo de 2005 había terminado su día de trabajo en la carnicería de 525 y 26 y se preparaba para emprender, en bicicleta, el regreso a su casa. Tenía que ir hasta 5 y 479. Sin embargo, a su casa nunca llegó. Y debió pasar un día entero hasta que su novia y sus padres se enteraran de la tragedia: recién al día siguiente los llamaron de la comisaría 10ª de City Bell para informarles que el cuerpo de Gustavo había aparecido sin vida sobre el camino Centenario, a la altura de Lacroze. Hasta el día de hoy se sabe que fue atropellado por un conductor que no detuvo la marcha y que minutos después su cuerpo volvió a ser atropellado por un colectivo. Pero
"Da la impresión que a las autoridades no le interesa encarcelar a estos asesinos", reflexiona ahora la mamá de Gustavo. Por su caso, es bueno recordar,