Alfredo Bravo fue un luchador. Por la justicia social, las libertades públicas, los derechos humanos. Coherente y consecuente desde el principio, hasta el final de su vida.
Se incorporó al Partido Socialista en su juventud. Se fue de él, cuando el partido tomo un rumbo que no estaba de acuerdo con sus convicciones más intimas.
Luchó en la Confederación Socialista Argentina, para lograr la reunificación del socialismo en el país. Trabajó con ahínco combatiendo a la última dictadura militar.
Fue secuestrado y torturado. Al salir en libertad necesitaba trabajo porque había perdido su cargo de maestro. Un compañero le da la posibilidad de dedicarse a la venta de libros para una editorial. Acepta el nuevo desafío, y se desempeña con entusiasmo.
Alternaba su militancia política en la C.S.A., - presidida por la doctora Alicia Moreau de Justo- con su actividad en el gremio docente CTERA, del que era su Secretario General.
Eran épocas muy difíciles. Muy pocos se atrevían a dar sus nombres en declaraciones censurando actos de gobierno llevados a cabo por la dictadura.
Fue un hombre honesto. No le interesaban los bienes materiales. Era un idealista. Luchó por los valores del socialismo que consideraba infinitamente superiores a los desvalores de la sociedad capitalista que nos rige.
Consideraba que la lucha por la libertad debía conjugarse con la justicia social. Trabajó por una sociedad democrática, laica humanista, libertaria.
Demostró que se puede pasar por la función pública, sea en cargos ejecutivos o legislativos, sin ensuciarse en el lodo de la corrupción.
En la discusión de temas centrales era intransigente, apasionado, vehemente. Como diputado nacional, jamás votó una ley, una declaración, en contra de sus convicciones.
Fue maestro de aula y director de escuela primaria. También fue un maestro de la vida.
Formó a varias generaciones de argentinos en los valores de la escuela Sarmientina; en la educación laica, obligatoria, gratuita. Vistió con orgullo el guardapolvo blanco de auténtico docente.
Su militancia en la C.S.A. primero, y en el P.S. Democrático después, era alternado con el trabajo en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, de la que fue cofundador y copresidente.
Además, era un apasionado del futbol, del tango, de la lectura, de las plantas. Con bastante frecuencia cultivaba la gastronomía política con compañeros y amigos.
La conducta pública de “Alfredo”, sirve para reconciliar al pueblo con la política, que es la más noble y la más desinteresada de las actividades del ser humano.
Hoy, Alfredo Bravo es un ejemplo de vida para la juventud. No solamente para los jóvenes que militan en el Partido Socialista, sino para toda la juventud argentina y Latinoamericana.
Murió sin haberse podido sentar en una banca del Senado Nacional. La mezquindad política y la inoperancia de la justicia, se conjugaron para escamotear durante 17 meses la voluntad del pueblo de la Capital Federal.
Como Presidente del Partido Socialista reunificado, y como candidato a Presidente de la Nación, tuvo la oportunidad de recorrer el país difundiendo el programa alternativo al modelo neoliberal, señalando y explicando que otra sociedad es posible.
La campaña electoral fue un gran esfuerzo personal. La noche del escrutinio en una breve conferencia de prensa en el local partidario de la Avenida Entre Ríos, dijo que el país necesitaba un profundo cambio cultural. Tenía razón.
Walt Withman escribió: “Detrás de todo adiós, se oculta en gran parte el saludo de un tiempo nuevo”. El ejemplo de Alfredo Bravo vivirá en todos nosotros y las miles de semillas que sembró florecerán más temprano que tarde en tiempos de paz y dignidad para la humanidad.