A lo largo de la historia, el hombre se ha construido autoexplicaciones filosóficas, científicas y religiosas. Pero, a cada paso, la muerte le recuerda su fragilidad y finitud, su desconocimiento y sinsentido.
No hay certezas, el hombre no tiene la capacidad de acceder a verdades absolutas, sólo de creer o no, de asumir o resistir, de buscarse o resignar.
Es por esta razón, que la eutanasia es un problema persistente en la historia, que ha enfrentado a la humanidad desde ideologías diversas.
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Pero llega la modernidad y la ciencia y la tecnología dan explicaciones empíricas que hacen pensar que todo progreso es posible a partir de la razón del hombre.
Pero eso tampoco luego devino en verdad absoluta. Y una vez más, religión, filosofía, medicina, sentido común y emociones, discuten sobre lo más difícil: la vida, la muerte, su significación, su sentido.
Esto se plasma actualmente a nivel legislativo: Luxemburgo, Holanda y Bélgica, aprueban la eutanasia; contando entre sus argumentos fuertes, el hecho de que los esfuerzos para prolongar la vida de un enfermo no sólo pueden llegar a ser perjudiciales para éste y su familia, sino también pueden constituirse en un excelente negocio.
En Argentina, la provincia de Río Negro ha tomado la misma decisión y actualmente, en el Senado, hay tres iniciativas presentadas, pero ninguna de ellas ha avanzado.
La precisión en el límite del derecho a la vida es imprescindible, para las evitar interpretaciones, Motus propia o salvajadas capitalistas. La eutanasia requiere de cuatro componentes: un paciente con una enfermedad terminal, el pedido de que acaben con su vida, un tercero que acceda y la acción en sí.
Hablamos de vida, de personas, de pensamientos, creencias y sentimientos, no es posible, jugar ni utilizar los casos mediática y políticamente, como hemos asistido. Es necesario si, abrir el debate, para evitar la insensatez del hombre.