Karina Madariaga
Epígrafes de Ginés García
¡Cuánto pobre sueño mío
en tu mirada olvidado!
Un solo cable de luz recorre la villa.
Una arteria seca y negra que marca el día y la noche.
Una soga humana para decidir las lunas y los soles.
El cordón umbilical que muestra, sólo un poco,
los cartones encimados
los perros y sus heridas
los viejos y sus heridas
los niños y sus heridas
los bebés y sus heridas
(Las heridas de la vida. La vida misma herida)
los trapos gomosos y mojados
el olor de la orina en los rincones
el amoníaco evanescente en los árboles
el susurro de los árboles centenarios
el susurro del amor en los troncos vegetales
el aprender a escribir en la piel del árbol mayor
el corazón grabado en la corteza casi humana del hermano vegetal
las tetas secas de las doñas
los pezones dulces y oscuros de las vírgenes
los mocos verdes que ya maduran de los resfríos infantiles
los ojos secos que ya no brillan de los viejos pobres
las camas calientes abrazados a los perros
los amores perros.
Dar a luz. El caos. El amor.
La primera ilusión, el bien primero,
el miedo heroico de quererte en vano
La vida empuja, la vida no es precaria, embruja.
Hay más amor en estas zanjas que en todos los pavimentos.
Los ojos brillantes y las dilatadas pupilas del amor sin vergüenza.
Los negros sinvergüenzas. Manos negras en negras trenzas.
Las manos calientes del amor.
Los labios húmedos de las pibas de la villa.
Los brazos de barro de los pibes mozos.
Los cabellos esponjados de humo.
El amor y la quema. El amor quema.
Las venas azules de los brazos abrasados.
Las camas increíbles con increíbles frazadas.
La cama de hojas lanceoladas de menta bajo el amor.
La sábana de los yuyos verdes y fornidos bajo el amor.
Los pétalos entumecidos, perfumados, suaves después del amor.
El eucaliptal dormido y su exhalación nocturna, despojada,
serena y enamorada, soplando desde la barranca… su olor.
Un chorro de agua en el rincón cercano
se rompe en el tazón de mi memoria.
Acá no hay fuentes de agua para adornar y menos para beber…
Acá se toma cuando se puede. Acá se toma como se puede.
Nos niegan el agua -¡el agua!- y nos mantienen con caña.
Y nada más hay una sola canilla, muerta de sed,
una sola canilla que no hace la lluvia ¿ven?
Pero gracias al cielo la lluvia no nos olvida, no quiere,
aunque también es cierto que ayudamos bastante:
cuando los tachos secos como los pechos de las miserables rechinan
y hay algo en los párpados turquesa que tientan el cielo
y hay algo en el canto del gallo desafiante
y hay algo en el canto de los pájaros para que amanezca
¡gracias a nosotros el cielo no nos olvida!.
Cae la lluvia silenciosamente
sobre otra lluvia triste de hojas muertas
Y la lluvia fecunda los tachos y el agua repiquetea en las latas
y la tierra y sus polvos se aplacan
y las pupilas se humedecen porque el cielo llora
su elegía insípida, líquida, inodora…
Nace el barro en los pies desnudos, nacen los pies del barro oscuro,
se mete y hace ruidos y aplausos entre los dedos descalzos
y aparece en la piel de los pescados, y enturbia sus ojos sudamericanos.
La villa es un pez extraño, imposible…el villorio agonizante resiste:
las escamas de la villa, las chapas como escamas marchitas;
como los ojos negros de los peces vivos,
son los ojos de brea del último muerto amigo;
los baños en el río y el amor en el arroyo;
la última ahogada en el remanso tortuoso,
en el cauce para siempre perdida;
las semillas del amor en el barro de las manos
enjuagadas con el agua fecunda del gran río;
el padre río y sus peces de plata y oro, enamorados
de aquellos primeros hombres y sus sueños dorados.
La villa sabe en su agonía crepuscular
de los escapes furtivos en la noche.
Entre los árboles, de plata es la luna una pandereta,
como una lata de duraznos sangrantes recién abierta.
Brillante sobre los eucaliptos, ángeles custodios, la luna…
Astro angelical de blancura y dureza, cual hálito de bruma
nos visita, no nos deja, no se apaga, a pesar de todo…
Toda la luz de la villa dependiendo de que nadie corte la luz,
la noche a la espera de que alguien desenchufe el cable…
…para que vele tu sueño
y, en tu dormida ignorancia,
no sepas que hay un insomnio
que, entre las sombras, te aguarda…
En una letrina una luz inexplicable persiste.
En una letrina la blanca luz candorosa ilumina.
En una letrina la madre dice que todos esos,
especialmente todos y esos, son sus hijos.
El señor ha hecho en ella grandes cosas.
Los árboles son testigos, pero
la villa duerme, duerme tranquila el pulso de la risa
El señor hará por ella grandes cosas.
Pero la villa aún no lo sabe.
Primer premio del Certamen “Ginés García”. Noviembre de 2010