Las causas del fenómeno no son ciertamente una novedad: la tendencia al sedentarismo y al consumo excesivo de calorías ha creado una generación donde el 10% de los chicos argentinos en edad escolar sufre obesidad y otro 31% más tiene sobrepeso. Pero más allá de las cifras, el problema posee una dimensión que lo torna aún más amenazador: la escasa consciencia que tienen muchas familias sobre los riesgos que implica para los chicos y el enorme empeño que se requiere para poder ayudarlos.
Hijo de una familia de clase media, Tomás tiene la posibilidad de ser atendido por un nutricionista, que le hizo un plan de alimentación y regularmente controla sus avances. Aun así, reconoce la mamá, los resultados en más de dos años de tratamiento han sido "bastante frustrantes". Los kilos que logra bajar durante algunas semanas, los recupera tarde o temprano por la dificultad de mantener una alimentación equilibrada. Porque aún cuando en su casa se preocupan por acompañar sus esfuerzos con una dieta saludable, sus hábitos alimentarios fuera del hogar resultan difíciles de manejar.
Como él, un alto porcentaje de chicos con problemas de peso que son atendidos por especialistas no logra grandes avances. Y a causa de ello, más de un 50% de ellos abandona los tratamientos, observan desde
Las proyecciones que maneja esa entidad muestran que un 40% de los niños con sobrepeso en edad escolar se convierten en adolescentes obesos. Y que un 80% de los adolescentes obesos lo siguen siendo al llegar a la adultez, con todos los riesgos de morbilidad que supone esa condición.
Aunque su hijo es todavía muy chico, la madre de Tomás ya reconoce advertir cierto impacto que el exceso de peso ha empezado a producir en él. A medida que se acerca a la adolescencia, su timidez se vuelve más notoria. Cuenta que mientras que hace algunos años era muy sociable, hoy apenas se trata con grupo muy reducido de amigos y rara vez participa de actividades que lo obligan a exponer su cuerpo a la mirada ajena.
Pero la disminución de la autoestima es apenas uno de los primeros problemas que suele acarrear la obesidad. A eso muchas veces le siguen, con el paso de los años, lesiones articulares, hipertensión, riesgo cardiovascular y diabetes; en fin, una angustiosa perspectiva que marca cada vez a más personas desde su infancia.
OTRA REALIDAD, OTRA VIDA
Si bien hace treinta años la proporción de chicos obesos o con sobrepeso no llegaba en el país ni a la mitad de lo que se registra actualmente, tampoco se vivía como lo hace hoy la mayoría de las familias de clase media. Era infrecuente que ambos padres trabajaran muchas horas fuera de la casa, la cocina casera seguía siendo por entonces un hábito cotidiano en casi todos los hogares, la calle era aún un espacio donde los chicos podían andar en bicicleta o jugar a la pelota durante todo el día, y las actividades de pantalla y alimentos hipercalóricos resultaban más bien una excepción.
Hoy, en cambio, señala el licenciado en Nutrición Sergio Britos, la ingesta de alimentos elaborados fuera del hogar ha llevado en gran medida a que "un 40% de los chicos en edad escolar consuman por encima del 20% de sus requerimientos calóricos". Pero además, su gasto de energía se ha visto reducido en general a unas pocas horas semanales de actividades programadas por la escuela o las familias.
Entre la falta de tiempo de los padres para acompañar a sus hijos en actividades físicas, el temor a dejarlos jugar solos en la calle o una plaza y la enorme oferta de propuestas recreativas puertas adentro, "los chicos llegan a pasar frente a una pantalla -ya sea un televisor, una consola de juegos o la computadora- hasta cinco horas diarias, según muestran algunos estudios", comenta la licenciada en Nutrición Jésica Lorenzo.
En vista de estas realidades parece evidente por qué gran parte de los intentos de las familias para ayudar a su hijos con obesidad o sobrepeso sólo generan más frustración. "La única forma de lograr buenos resultados -afirman desde el Colegio de Nutricionistas de
REPLANTEARSE HABITOS
"No basta con indicarle a los padres de un chico con obesidad o sobrepeso las pautas de una dieta equilibrada, o recomendarles que su hijo haga más actividad física. De hecho es habitual que las personas que llegan al consultorio lo sepan de antemano. Saben incluso clasificar bien los alimentos y reconocer cuáles son aquellos que más les convienen. Pero una cosa es el conocimiento y otra su puesta en práctica. Ahí esta el divorcio y ahí es donde hay que ayudarlos", sostiene la licenciada Lorenzo.
"Sucede que los primeros que tienen que cambiar son los padres. Porque muchas veces, aunque tienen la mejor intención de ayudar a sus hijos, se resisten a alterar ellos mismos sus hábitos alimentarios para adaptarlos a las necesidades de los chicos. Por eso es que gran parte del trabajo consiste en darles las herramientas para que consigan reordenar sus hábitos familiares en función del problema que enfrentan", explica.
Sin duda ese cambio no es fácil, como tampoco lo es conseguir que los chicos no coman tantos alimentos hipercalóricos cuando están fuera de la vista de sus padres o se entusiasmen lo suficiente con alguna actividad física para contribuir a su desgaste de energía. Pero lo cierto es que con la ayuda adecuada tampoco es una meta imposible.
Si uno no puede prepararle una vianda saludable para que su hijo lleve a la escuela, tal vez sea posible orientarlo a elegir las golosinas que más se adecúan a una dieta equilibrada. Y si la dificultad pasa también por lograr que realice actividad física, existen programas gratuitos que son de gran ayuda en estos casos.
Los responsables de unos de esos programas, que funciona el Hospital de Niños de